Entre las paredes de concreto, concreto y concreto (concreto^3) de la fría y gris ENCB, he perdido totalmente la costumbre de escribir ensayos sobre cualquier tema.
Me parece que éstos mis compatriotas han escrito ya bastante acerca de la Ciudad de México.
Que si tiene defectos, que si es maravillosa, que si es e nido del caos, la sobrepoblación, el metro, el calor, los monumentos, Reforma de Noche, las manifestaciones, el mal gobierno, la historia, los héroes, la tierra, las costumbres, el color, la alegría, las fiestas, los despilfarres, la escasez, la pobreza, los niños de la calle, los limpiaparabrisas, la educación, los noticieros, los ignorantes, las modas, las leyendas (coloniales y urbanas)...
Cada tema necesitaría entradas y entradas enteras y no terminaríamos de agotar las palabras.
Además, no me siento con ganas de debatir, estoy sometida a mucha presión y a punto estoy de explotar de estrés.
Terminaré esta semana relatando un cuento =)
Todas las niñas (o casi todas), a cierta edad, sueño con ser princesas. Y esta malvada idea se les injerta en la cabeza desde los cuentos, aquellos que sus padres les leen antes de dormir, o esos primeros libros a los que tienen acceso en la biblioteca del salón de clases, como los famosos "Libros del Rincón"; cuando han de aprender a leer solas.
Se ven al espejo y miran su cuerpo, sus manos, y suspiran y añoran llegar a ser altas y hermosas. Por supuesto que no se fijan en sus pieles. Porque acostumbradamente, las mujeres con la talla y la hermosura con que sueñan las niñas no tienen empero, la piel de éstas.
Vestir de rosa, maquillarse la cara cuando su madre no las ve, y desgastar el soporte de las zapatillas de tacón de aguja... actividades dedicadas plenamente a la realización de uno de los proyectos más grandes de toda niña: ser una verdadera princesa.
Después, toman un vestido amplio (de preferencia floreado), y un cassette de la repisa lleno de waltzes para girar ensoñadas. Cuando llega el cansancio, cambian de cassette y se ponen a escuchar a Gabilondo Soler para alimentarse los sueños con su voz y sus historias.
Al caer la noche imaginan paseos a caballo al lado de su príncipe caballero, aquél que atrajo su mirada desde el primer momento y que después de un montón de peripecias, una batalla decisiva o una travesía enorme, pudo ganar su corazón y así el derecho de obtener su mano en sagrado matrimonio, para después vivir felices para siempre, sin que lo que sucede después tenga importancia.
Eso lo sabemos todas.
Y claro, nos dejamos llevar por las formas de las viejas princesas europeas que Walt Disney en su afán conquistador nos inyectó en la conciencia, aprovechándose de nuestra inocencia y nuestra increíble capacidad de aprender (entiéndase, absorber como esponjas).
Pero ¿Qué sabemos de los niños?
Yo no lo sé a ciencia cierta, sólo me sé la historia de uno, que no soñaba con ser un príncipe, sino un caballero.
Su infancia también llegó a su fin habiendo seguido el camino correcto: imaginación.
De pequeño aprendió a usar el arco y la flecha y a manejarse de manera excelente con la espada, el escudo y cargando una enorme cota de malla (hecha de toallas y un par de lazos). Y una vez transcurrido aquel periodo doloroso y confuso que es la pubertad, supo que necesitaba aprender a amar la belleza y a respetarla,- pues un verdadero caballero-se decía-deberá ser sensible, culto, fuerte, valiente y todo eso- ¡bendito él que nunca se olvidó de enlistar el "todo eso"!
Le gustaban las revistas de ciencia, y los libros de cuentos, y las novelas.
También le gustaba la historia, en el transcurso de su vida y después de haber manoseado con fervor unas cuantas decenas de libros supo que no había historia más apasionante que la de su México Tenochtitlán.
Pasado el trauma de los príncipes europeos, el chico abandonó las espadas adornadas en una bodega bien segura dentro de su mente, y las sustituyó por cuchillos de obsidiana, "maquahuitles" (una especie de porras grandes de madera con dientes de obsidiana), escudos emplumados y tambores de guerra.
Sabía que le sería difícil encontrar a una verdadera princesa azteca, y más difícil todavía le sería conquistarla, pues él sabía tenía que templarse el espíritu, y poner la causa, y su patria por encima de su vida, y sentir que su sangre pertenecía a la tierra, que ya le llamaba cada día, a cada paso que daba bajo el Sol impetuoso de la plancha del Zócalo.
Los días pasaron, y el chico creció todavía más.
Descubrió que todas las chicas a cierta edad soñaron con llegar a ser verdaderas princesas, y muy pronto se convenció de que ninguna lo había logrado.
Después de varios rechazos y decepciones amorosas decidió que era momento dejar de buscar.
Pero él seguía dispuesto a ser un caballero, así que tomó sus libros de historia y se puso a leer.
Por aquellas fechas se escuchó que los estados de Chihuahua, Y Baja California habían decidido independizarse.
El desempleo y la inseguridad habían terminado con la identidad de la mitad del país. Guiados por el instinto de supervivencia accedieron a deslindarse de este país medio en ruinas, cuasi tercermundista y buscaron amparo con el Vecino del Norte: Los Estados Unidos de Norteamérica.
Desde entonces habían estallado revueltas en diversas partes de la ciudad, a diario amanecían muertos y desaparecían personas.
Los partidos políticos salían a las calles con el revólver en la mano, asesinándose los unos a los otros a plena luz del día, asesinándose entre familias.
Los jóvenes nunca dejaron de quejarse, pero ninguno estaba acostumbrado a hacer nada, hacían falta verdaderos líderes, y hacían falta mexicanos.
Hacía varios años que surgió una "raza" de jóvenes que decidieron abrir los ojos a lo que estaba pasando, que comenzaron a alzar la voz, pero estaban siempre bien separados los unos de los otros, maniatados al fin. Algunos por motivos económicos, otros, por problemas familiares, y otros tantos, rechazados por la nueva horda de primates mediocres, sin estudios y sin trabajo, malinchistas, racistas y valemadristas.
Cada vez resultaba más difícil salir a las calles, finalmente, las escuelas cerraron y solo se permitía a los civiles salir a determinadas horas, con un puñado de soldados armados hasta los dientes apostados en cada esquina.
Los servicios de luz, agua, gas, habían colapsado.
Solo las empresas extranjeras seguían trabajando. La Ciudad de México parecía estarse hundiendo.
Se sentía más que nunca el peso de la gran ciudad sobre los mantos acuíferos. Podía percibirse en el ambiente que tarde o temprano todos se irían hasta el fondo.
-Caballero, aquí tienes tu princesa, es la patria que clama auxilio. Es ella quien te pide que la salves, se dijo.
Salió de su casa, con los gritos de su madre golpeándole la espalda.
-No te tardes.
El niño que una vez soñó con ser caballero caminaba sin rumbo, por el frente de Bellas Artes, cuando un estruendo acompañado de una nube de humo blanco y gritos desesperados le obligaron a soltar el libro y correr para alejarse lo más posible de la masa de gente que se aproximaba corriendo enloquecida de todas direcciones.
Enmedio de la confusión se encontró con varios compañeros suyos, de la misma institución donde estudiaba.
Pronto se encontraron llegando al Hemiciclo.
-¿Qué sucedió?- preguntó al chico que intentaba, casi en vano, recuperar la respiración junto a él.
-¿Que no sabes?- han volado la Cámara de Diputados, esto es la guerra- dijo entre jadeos desesperados.
Otro chico se acercó.
-Tiraste tu libro, hermano.
-Gracias, ¿y ahora qué?
Ahora nos queda decidir. Muchas colonias están incomunicadas, el metro ha sido tomado y los Cero Emisiones entraron en paro.
No se de dónde salió tanta gente tan de repente.
Yo solo estaba esperando, ya no nos damos abasto con tantas manifestaciones, con el desempleo, con todo lo que tú ya sabes y que es inútil mencionar ahora, porque ahora ya no nos queda nada. Nos unimos y morimos, o morimos con los brazos cruzados.
Se ha alzado un Hidalgo enmedio del pueblo, tiene apenas 30 años, es narcotraficante, pero el pueblo lo sigue.
EL ejército está por todos lados. Ahora mismo piensen que ya no tienen más familia que aquellos hermanos que estén a menos de 5 metros de distancia.
--Caballeros, aquí está su princesa, es la patria que clama auxilio. Es ella quien pide a gritos que la salven.