Compilado

Es posible q haya hecho trampa.
Pero nadie lo sabe. ¿ok?

La majestuosa esfinge que me visitó alguna vez en mis sueños será la custodia de nuestro pequeño pedacito de existencia.
Ella llegó hace mucho, yo no tenía entonces conciencia.
Esfinge, ¿dónde estás? ¿Cuándo volverás a hablarme?
Me ofreciste tu amistad antes de desaparecer tras el telón de ese teatro, era un sueño del que no podía despertar.
El laberinto de butacas y fragmentos de techo me obstruían el paso a la salida. La tierra temblaba furiosa y tú sólo reías, amiga esfinge.
¿Que hacías tú en lugar de la pantalla?
Corrí por muchos pasillos oscuros, con cortinas rojas a medio romper.
Afuera todo era un dibujo. Una guerra, tanques acorazados lanzando cañonazos hacia edificios a medio colorear.
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No recuerdo cómo lo supe, pero lo supe. Te vi de lejos.
Mis manos tocaron la madera del establecimiento y me asomé por la ventana.
Dentro se encontraban personas adormiladas a causa de una suave música y el sonido de la vajilla chocando contra las piezas de metal, charlando supongo, aunque la imagen estaba congelada.
Manos con las copas llenas, brindando; sonrisas fingidas, coquetas, bobas, espeluznantes, sarcásticas, a la moda, y anticuadas. Coctail de dientes, encías, labios y lenguas.
"Spliiiiit, blop, blop, blop, glup!"Líquidos chocando en las paredes de cristal yla medialuz.
¿Y tú?
Nada, fuera de mi alcance, pero no iba a rendirme; repito: yo supe que te encontraría allí. Te sentía demasiado cerca para dar media vuelta y marcharme.
Despegué primero un ojo y luego el otro y alejé la nariz del vaho que se había quedado pegosteado en el vidrio de la ventana, di la vuelta en la esquina y me paré frente a otra ventana, una que tenía cortinas blancas.
Me puse de rodillas, no me importó sentir la nieve cortando la piel o arrancando quejidos a un conjunto de huesos quisquillosos que hacía unos cuantos años acababan de ser puestos en fila por la fuerza.
Recé para que no vieras el par de ojos vidriosos que escudriñaban el techo, las paredes, las mesas y quemaba con la mirada los cuadros surrealistas que reposaban en alto, tras los clientes. Te busqué con frenesí y te encontré bajo un árbol amarillo.
No me viste, tenías la cabeza gacha, los dedos entrecruzados con las palmas hacia arriba y los antebrazos sobre las rodillas. Arqueabas las cejas pero no quise mirar si estabas con alguien.

Corrí hacia la sección de la madera fuera del local donde reposabas tu espalda, apoyé en la superficie áspera mi cabeza, y dejé libres mis oidos y mi corazón para poder escucharte.
Te sentí removerte en el asiento, creo que sabías que yo estaba allí, pero por mucho que mirases por la ventana no me encontrarías jamás.
Gracias a Dios soy compacta.
Te abracé a través de la pared, y besé mil veces tus mejillas, pasé un dedo helado por tu nariz (y me tardé un tanto en terminarde recorrerla del entrecejo a la punta), y te miré a los ojos. Seguían tan oscuros como siempre, pero no me mirabas a mí, sino a través de mi nuca.
Respiré sobre tu clavícula; mi mente me hizo el favor de traer hasta mi el recuerdo de tu loción, bueno, solo de una de ellas. Te recuerdo mínimo tres aromas distintos, pero a través de todos ellos siempre estuvo tu propio pefume, y también lo tuve para mi.

Todo cesó de pronto, las luces de mis ojos se apagaron, te habías marchado, te despegaste de la pared, seguramente para salir por la puerta principal.
Giré la cabeza llena de pánico, el cabello lleno de escarcha se adhirió a mis mejillas. Me puse en pie y caminé hacia atrás del estblecimiento, no había más construcciones alrededor, solo esa pequeña casita de madera.
Tenía miedo.
Caminé cada vez más rápido con la imagen de tu cabello negro y tu flequillo largo enmarcando tu nariz y la expresión de ingenuidad que jamás podrás borrar de tu rostro, misma que siempre me impidió mirarte a ratos como la bestia que te empeñas en demostrar ser.
Yo maldije tu nombre cada tarde que me vi en soledad, pero cada noche he rezado como una condenada en su última madrugada; he rezado por ti, por tu felicidad, por que tu alma vuelva a ser tuya algún dia, y por que el Universo en su infinita grandeza te aleje de aquel demonio que te hizo perderte, y que te hizo creer que cada puerta puede ser una celda, quien te puso esos ojos lo pagará caro.
Y mis lágrimas cayeron en la nieve y tiñeron de rojo la campanilla que más tarde se abrió paso entre el hielo y asomó su campana al sol de las tardes de invierno.
Si oscurecía no lo noté, todo tenía "el tinte azul de los sueños", para variar.
Entonces te ví encogerte a lo lejos y comenzar la cacería, corriste hacia mí gritándome con ternura, casi con verdadera desesperación y alegría; como con aquella persona querida que vuelve de un largo viaje al extranjero, y sin quien te habías estado sintiendo más vacío que un pez de colores en un pantano.
No pude evitarlo, es natural, no necesito explicarme ni disculparme. Corrí hacia tí llorando de felicidad, tragándome el aire a kilolitros y cubriéndome por entero de blanco al partir por la mitad las dunas de nieve con las piernas. Me sentía disolver en el frío y por un momento el cielo, la nieve, el aire y yo éramos una sola cosa.
¡Parecías de verdad tan contento de verme!
Pero de pronto recordé las promesas que me hice a mi mima, mismas que ahora reconozco muy por encima de cualquier voto pronunciado para y por ti.
Tomé conciencia de que cuando llegara a tu lado me arrancarías el alma de un trozo. Te ví, con tus ojos negros como lentes de microscopio sin diafragma; vi tu figura esbelta cerca, muy cerca, demasiado cerca, intolerablemente cerca, por que mis piernas no se detenían. Pero entonces, movida por el instinto giré, y lo hice tan bruscamente que a poco estuve de hacerme un sepulcro entre el blanco, de tan enterrada en la nieve después del remolino que provoqué con los pies.
Corrí apretando los ojos para no mirar en qué direccion, desee ser menos que humo y no me detuve a ver si me seguías, ni a escuchar si me llamabas. Solo me alejé de allí con el rostro del ente nublándome el pensamiento, el ente cuyo cuerpo está compuesto de varios rostros y cuerpos femeninos, sólo rostros, sin alma ni esencia.
Tú buscaste al ente para llenarte el vacío.
Pobre de ti, podría decir lo mismo de mi, pero ya no más.
Y afuera la ciudad comienza a respirar, y la nieve tiene urdimbre.

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Sólo estabamos él y yo sentados en cualquier banca de cualquier parque.
No había viento y el sol parecía tener una pantalla polarizada. No se escuchaba ni el ruido de la ciudad, ni el bullicio de los oasis parquecinos donde los árboles contienen a duras penas las emisiones de smogg y te hacen creer que el mundo gris de allá afuera está bastante lejos.
Todo se veía tan falso que parecía un escenario virtual.
Yo traía puesto el vestido color crema con flores con el que mi madre me arrullaba cuando era pequeñita.
Mi niño tenía los ojos claros, los labios llenos, una nariz larga y redonda en la punta, el pelito negro y cejitas de arco.

De pronto vi a la pareja caminar hacia nosotros por el corredor, lo reconocí a él y sabía quién era ella para él, y entonces supe que todo terminaría para mi.

Él me saludó con indiferencia y preguntó por el niño.
No le dije nada ¿Qué mas daba ya?

Él la tenía a ella y era feliz, en cambio yo iba a salir sobrando como siempre y a cada rato.
Lo miré entonces, y utilicé mis ojos como un pánel y escribí en ellos, esperando que supiera adivinar.
Cuando el hombre preguntó su nombre al niño ya no le quedó ninguna duda.
Mis ojos ya estaban inundados.

-Pero ya no importa, - le dije- porque lo tengo a él que tiene la misma forma de tus ojos, tu boca, tu sonrisa. Y tu sangre que ahora me amará para siempre.

El niño miró a su padre y sonrió.
Yo no podía contener el llanto, hasta que me encontré atragantándome con una de las esquinas de la funda de la almohada.

Ahora traigo ojeras y el alma pesada.

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